Al principio, la suma total de la estructura grande y ordenada del Universo parecía llegar en dos categorías. Estaban los cúmulos de galaxias, un nombre poco original pero descriptivo, cada uno de ellos una bola densa con entre unas pocas docenas y unos pocos cientos de galaxias, todas unidas por su abrazo gravitacional mutuo. Y luego estaban las galaxias de campo, nómadas solitarios apartados y a la deriva de los cúmulos, sin estar atados a nadie más que a sí mismos. Eso fue todo: los cúmulos de galaxias, las galaxias de campo y los megapársecs de vacío que los envolvían a todos.
Pero la tecnología es tecnología y el avance es avance. Los telescopios se hicieron más poderosos. El campo de la cosmología involucró a más personas. Las técnicas mejoraron. El desarrollo de los sistemas de amplificación de imágenes, los antecesores lejanos de la cámara de su teléfono inteligente, permitió a los astrónomos escudriñar cada vez más en la oscuridad. Con cada nuevo sondeo realizado, aumentaba el número de galaxias en nuestro Universo. Con cada noche de observación, nuestra ventana al cosmos se amplió.
A principios de la década de 1960, los astrónomos comenzaron a darse cuenta de que había más en el Universo que meras galaxias y cúmulos. Había algo más grande – el supercúmulo. Solo se necesitó una pequeña muestra de galaxias para revelar la forma del primer supercúmulo conocido, el Supercúmulo Local, con las propias galaxias, cada una con la masa de un billón de soles, reducida a un pequeño punto de luz, actuando como meros trazadores de la vasta estructura que se extendía por un millón de parsec en un lado. Los tenues bocetos que pudieron producir revelaron que las galaxias se agrupan en cúmulos, y los cúmulos se agrupan en supercúmulos, el comienzo de nuestra comprensión de la estructura a gran escala del Universo.
Pasó el tiempo. Las observaciones continuaron, encontrando galaxia tras galaxia y cúmulo tras cúmulo. Hasta que un día, no lo hicieron. Un mapeo del cosmos produjo un resultado inesperado. Una vez más, se trataba de un estudio de galaxias, cúmulos y supercúmulos. Una vez más, esto tomó solo un pequeño número de galaxias para revelar la gran estructura del cosmos. Una vez más, los astrónomos tenían la intención de encontrar el patrón, el significado oculto en este gran diseño. Una vez más íbamos a cartografiar el cielo y hacerlo nuestro. Pero donde una buena muestra de galaxias debería haber revelado puntos de luz aún más distantes, no había… nada.
Un espacio en blanco.
Fue un accidente cósmico. Una plaga en el Universo. Un Sahara demasiado vasto para describirlo excepto con la jerga reductora y casi sin sentido del astrónomo: un parche vacío desprovisto de galaxias de casi 20 megaparsec, o 65 millones de años luz, de ancho.
En 1978 encontramos un silencio entre las estrellas: nuestro primer vacío cósmico.